viernes, 9 de diciembre de 2011

Desvaríos cardíacos

Aunque bajito, te lo dije. Te pedí que me dieras un corazón más grande, porque este tan pequeño no me sirve para nada. Los sentimientos van y vienen pero nunca se quedan. No caben todos juntos. Y me vuelven loca. Alborotan mi cabeza. Hoy sí. Mañana no. Hay veces que se quedan conmigo varios días, incluso semanas, haciéndome creer que me harán compañía para siempre. Pero de pronto, vienen otros, celosos, como un huracán y luchan por hacerse hueco en el espacio reducido. Y no paran de hablar y hablar. No hablan, ¡¡discuten!! Y me atronan los oídos. Me embotan la mente y ya no puedo pensar. Sólo puedo sentir. Y no quiero sentir. Lo siento, pero quiero devolverte este corazón maltrecho. Es defectuoso. Tiene agujeros y no lo quiero.


Es pequeño, pero duele como si fuera enorme. Es demasiado vulnerable, ingenuo y confiado. Se cree que puede hacerse mayor sólo con desearlo, a pesar de que yo le he explicado que cada uno es cómo es y hay que aceptarlo. Es impaciente, no es capaz de esperar a que las cosas sucedan sino que las añora cada segundo. Es un loco, un imprudente. Se enamora siempre de quién no debe. Es un desobediente, pues no me hace caso cuando le digo que es mejor estarse en silencio y no soñar con imposibles. Es un niño que quiere entender las conversaciones de mayores y trata de imitar sus palabras. Pero no comprende el sentido. No entiende nada de lo que le pasa. Habla un idioma extraño, un galimatías. Y aún así no puede dejar la verborrea. Habla y habla y habla y ya no sabe ni qué decir. Sólo sabe que no puede dejar de hacerlo, que necesita hablar. Porque hablando la gente se entiende. Y eso es lo que él más necesita, entenderse.

Imagínate, y todo esto en un corazón tan pequeño. ¿Cómo esperas que me lo quede? .... Pues porque le quiero, porque es mío, porque si no le cuido yo, ¿quién lo hará?


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