El mundo trata de aparentar tolerancia; todo vale. Pero no es cierto. En este siglo XXI nos educan para que seamos fuertes, para que sepamos defendernos ante el dolor, para que nos levantemos después de cada caída e incluso para que huyamos de todo aquello que nos hace sufrir.
En este mundo todo se racionaliza, incluso la fe, y se nos pide que demos razones de todo lo que hacemos. Ya no basta con creer, con confiar, ahora hay que demostrar.
Y ¿qué pasa cuando estás en el suelo, sin razón alguna que explique tu caída y no tienes fuerzas para levantarte? La gente habla de tolerancia, pero no es capaz de comprender el porqué de una lágrima. No está bien visto que lloremos, ya da igual que seas hombre o mujer. Incluso una buena persona podría llegar a sentir lástima por ti. Pero nadie sabe enfrentarse con valentía a una lágrima.
Por eso las lágrimas se han convertido en algo privado, en un amante íntimo que llega cuando todos se van, cuando ya no queda nada. Y no te satisface, pero no puedes hacer otra cosa, sólo dejarte envolver por el llanto, pensando que así será menos fuerte el peso que aplasta tu pecho, ese peso invisible, irracional, inexplicable, pero tan real, tan potente, que en este mundo, ni siquiera tú eres capaz de soportar.
(algo de hace tiempo)
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