sábado, 7 de julio de 2012

Shhhhh

     Fui yo quien empezó a hablar, como siempre, cuando no quieres contestar o prefieres hacerte el interesante. Me inventé una excusa, la primera que se me ocurrió, para tratar de llamar tu atención. Escuché un susurro, me pareció que asentías, aunque quizás fuera mi imaginación. Pero eso era todo lo que necesitaba para empezar a contarte, porque sé que tú me escuchas, porque nadie sabe hacerlo como tú.

     No sé cuanto tiempo pasó, mis ojos comenzaron a empañarse y mis lágrimas surgieron una a una, sin prisas, bañando mis mejillas y muriendo en mis labios, sin quejas, sin estruendos. Al final mis palabras se agotaron y levanté la cabeza, esperando.

     La respuesta no llegó, ni la sonrisa, ni siquiera el enfado o un mohín de disgusto. Quise creer que me entendías, que podías comprenderme, pero eso ya no me valía. Necesitaba algo más.

     Ahhhhhhhh!! Grité, pataleé, te miré con furia y hasta me reí de ti. Tan sólo quería que dijeras algo, lo que fuera.

     Esperé.

     Nada.

     Hasta que comprendí que Nada era tu respuesta, sencilla, tranquila, paciente. Porque tú, Silencio, eres así, lo envuelves todo y haces como si no existieras, no buscas el protagonismo, no das grandes respuestas, tan sólo ofreces tu tiempo y tu paz a todo aquel que te llama.

  
                                       

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