No sé cuanto tiempo pasó, mis ojos comenzaron a empañarse y mis lágrimas surgieron una a una, sin prisas, bañando mis mejillas y muriendo en mis labios, sin quejas, sin estruendos. Al final mis palabras se agotaron y levanté la cabeza, esperando.
La respuesta no llegó, ni la sonrisa, ni siquiera el enfado o un mohín de disgusto. Quise creer que me entendías, que podías comprenderme, pero eso ya no me valía. Necesitaba algo más.
Ahhhhhhhh!! Grité, pataleé, te miré con furia y hasta me reí de ti. Tan sólo quería que dijeras algo, lo que fuera.
Esperé.
Nada.
Hasta que comprendí que Nada era tu respuesta, sencilla, tranquila, paciente. Porque tú, Silencio, eres así, lo envuelves todo y haces como si no existieras, no buscas el protagonismo, no das grandes respuestas, tan sólo ofreces tu tiempo y tu paz a todo aquel que te llama.
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