En noches como esta las estrellas brillan más que nunca y sin embargo la habitación permanece helada. Parece que espera ese relámpago efímero que lo invade todo y por un segundo da una sensación de calor. Mas no llueve, ni una gota, ni siquiera se trata de la calma que precede a la tempestad, eso sería demasiado premeditado, como si de un ardid cinematográfico se tratara. Y la vida no va de eso, más bien cuenta historias de casualidades y momentos improvisados.
En noches como esta la duda se hace sostenible, porque todo es posible: soñar y despertarse, amar y traicionar. La locura es tan sólo la expresión de la razón. Porque lo razonable comienza a hacerse difuso, como las nubes que se extienden por el cielo, como si quisieran salvaguardar la belleza de las estrellas, evitando que se expongan demasiado tiempo. Y es que… el sinsentido comienza a entenderse cuando te preguntas qué es más bello, si la luna orgullosa rodeada de toda una estirpe de estrellas que la hacen brillar a pesar de no tener luz propia, o la calidez de las nubes que visten la desnudez de las estrellas como si de un abrazo maternal se tratara. La respuesta no es importante, sino dejarse llevar por la ilusión, por el sueño, por la magia nocturna….
En noches como esta las lágrimas se permiten si sirven para que el brillo de las estrellas pueda reflejarse; la sonrisa es válida sino habla de vanidad ni de humildad sino que solamente forma una media luna; el cuerpo no importa, pues tan sólo es un envoltorio fantasmal cuya máxima belleza es la de convertirse en intermediario entre el alma humana y el alma celestial, bailando al son de una música nocturna, silenciosa, que nos reconcilia con el mundo.
En noches como esta… los miedos duermen y los sueños se despiertan.
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