¿Y ahora qué?
Te quedaste sin excusas. Dejaste de ser la víctima para ser ladrón. ¡Oh sí! Y cómo ladrabas, pero no tenías credibilidad. Tu tono lastimero no conmovía a nadie, ni siquiera a ti mismo. Y eso era lo peor, porque uno puede engañar a los demás, pero no a sí mismo.
Ensimismada me quedé cuando vi cómo tu autocomplacencia se desbordaba frente al espejo. Era tal que hasta el ego se achantó. Y con la mirada baja, pues dicen que si lo miras directamente te quedas atrapado para siempre en su hechizo, se apartó de ti. Eso no te disuadió, decidiste enredarte y resguardarte en la inmundicia, pero ni siquiera era la tuya. Como todo lo demás, tan sólo era una argucia del guión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario