viernes, 26 de octubre de 2012

Tú y yo

     El problema fue que tú sólo quisiste hablar. No me escuchaste.

 ¿Y ahora qué?

     Te quedaste sin excusas. Dejaste de ser la víctima para ser ladrón. ¡Oh sí! Y cómo ladrabas, pero no tenías credibilidad. Tu tono lastimero no conmovía a nadie, ni siquiera a ti mismo. Y eso era lo peor, porque uno puede engañar a los demás, pero no a sí mismo.

     Ensimismada me quedé cuando vi cómo tu autocomplacencia se desbordaba frente al espejo. Era tal que hasta el ego se achantó. Y con la mirada baja, pues dicen que si lo miras directamente te quedas atrapado para siempre en su hechizo, se apartó de ti. Eso no te disuadió, decidiste enredarte y resguardarte en la inmundicia, pero ni siquiera era la tuya. Como todo lo demás, tan sólo era una argucia del guión.

     Y así fue como todo se desvaneció, sin ceremonia ni espectáculo. De repente sólo estabas tú, frente al espejo, reacio, repelente, atractivo, reconociéndote, resdescubriéndote... y me encontraste. TÚ. YO. Dos caras de una misma moneda, condenadas a fundirse. Porque tú sin mí eres muerte, porque yo sin ti no existo.
                                                         
                     
                                

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