sábado, 19 de noviembre de 2011

agua y sal

Una lágrima se escapó volando, corrí tras ella. Pues nadie podía saber que esa incauta se había escapado. Sin embargo ella rodaba y rodaba, y contra todo pronóstico no desaparecía evaporada. Al contrario, se hacía más fuerte y más grande, arrasaba todo lo que se le ponía delante. Hasta que llegó a la orilla.

Allí se plantó, se dio la vuelta y me esperó.  Cuando yo llegué exhausta, pues no había parado de correr, de tratar de alcanzarla y devolverla a mi corazón; ella me miró. Fue una mirada intensa, tan profunda como el mar que tenía detrás.

Entonces hizo algo que no me esperaba, que no podía imaginar. Me abrazó. Me rodeó por completo e invadió mi alma, arrastrándome a ese mar, tan atrayente como digno de temor. Un lugar donde los miedos ya no tienen sitio para esconderse y donde el alma sólo es una corriente arrastrada por el viento.

Allí descansé y me eché a dormir. Entonces, nada, no soñé.



No hay comentarios:

Publicar un comentario