Un día gris, como tantos otros. Quizás sea menos atractivo
que un día lleno de luz, pero he aquí que es un día que llega hasta nosotros
sin pedírselo. Que se nos ofrece lleno de oportunidades, cada cual que escoja
las suyas.
Y justo por eso, por ser un día cualquiera, yo lo escojo. Lo
escojo para despojarlo de la rutina, para que no se sienta feo y compartir juntos
toda clase de momentos. Es un quid pro quo, él me regala su tiempo y yo mis
proyectos.
Pero no siempre funciona así, suele ocurrir que hay más
veces en las que es necesario dar sin
esperar nada a cambio, pues la respuesta se hace eterna o a veces se pierde por
el camino (si es que hubo tal respuesta).
Por eso es un absurdo vivir esperando, al día de sol, a que
escampe, al fin de carrera, al trabajo idóneo, al premio merecido, al fin de la semana, del
mes y del año, a que se cumpla cada uno de nuestros sueños, a la ocasión
perfecta para realizarlos, al día en que la felicidad venga a nosotros y se
quede para siempre. Es ridículo y una pérdida de tiempo, del cual –por cierto-
no disponemos indefinidamente.
Así que, hoy es el día, no espero más. Me pongo mis botas de
7 leguas y decido actuar. Hoy voy a llenar el día de luz, hoy bailaré bajo la
lluvia, hoy disfrutaré, hoy aprenderé la sonrisa de un niño, hoy haré novedoso
mi trabajo, hoy repartiré cariño, alegría y amor por todo el mundo. Hoy no
pediré nada. Hoy daré las gracias. Hoy sólo querré y seré feliz.